EL GRAN PODER
El Gran
Poder De La Familia
Había
una vez un matrimonio que tenía la unión fundada en el amor, su
mujer era un paradigma de esposa. En una ciudad que en sus
alrededores existía pobreza, algunos vivían a la orilla de
canalizaciones de aguas negras y otros en verdaderos tugurios,
prácticamente expuestos a la intemperie, bajo la inclemencia
atmosférica y de un lugar donde el sol brillaba fuerte en verano,
brillaba como las lenguas llamas brillaban en las hogueras bien
encendidas. Con necesidades de hambre, de educación, de agua
potable, de vivienda, de salud, de ropa y mucho más. Había un
problema significativo de calidad de vida. La pobreza era
literalmente palpable. Pero esta familia estaba muy acomodada. El
Esposo al ver su comportamiento, caritativo, era muy feliz con ella,
sus tres hijos y sus nietos, advertían que su abuela, madre y esposa
a la vez, tenía un corazón como un océano, muy grande, porque todo
su tiempo y dinero, cuanto podía lo dedicaba a llevarles la buena
noticia y ayudar a la gente pobre, consolándolos de esta manera. La
pareja entrada en edad, con perseverancia, lograron la dicha de
jubilarse, que no era fácil en su país, y todo marchaba bien en las
condiciones económicas, holgadas, en que vivían. Su esposo, era un
hombre de principios, amoroso y comprensivo que representaba la
tranquilidad, la simpatía, a ella, la complacía en casi todo y no
había mucha preocupación en esta unión casi perfecta. Un día ya
jubilados, optaron por imponerse unas cuantas obligaciones para
continuar su vida conservando su salud y manteniendo la mente
ocupada, como es costumbre de personas que se retiran después de
cumplir con su tiempo laboral, tiempo en el que quedan muchas
inquietudes, de qué hacer, con el tiempo libre ya sea para emplearlo
para bien o para mal. La esposa, era muy creyente y continuaba
dedicada a colaborar con el prójimo, ayudando aquí y allá, también
trabajaba aún como ejecutiva en compañías reconocidas importantes
y el dinero que ganaba, lo invertía para darse unas buenas
vacaciones bien merecidas con su familia, dejando también dinero
para ayudar a los pobres. Ella estaba tanto en la misión de servir a
los demás como la de cuidar a su familia. Era una familia muy
devota. Vivían en gracia de Dios.
De
pronto, en un tiempo de su vida, tuvo una horrible tragedia, el
dinero del que disponía se había agotado, sobrevino la escasez a la
bella y caritativa señora. En esa época los bancos, ofrecían
ofertas halagadoras, endeudamientos de bajas tasas, de entrega
inmediata de dinero y sin mucho papeleo, tentación para solicitar
préstamos. Entonces, reflexionando se dijo: ´´No voy a contarle
esto a la familia. Haré un préstamo´´. Ella mostraba entusiasmo
por el dinero que iba recibir en calidad de comprometerse al pago
oportuno de la deuda, y así, para continuar con sus buenas obras.
Pasado
cierto tiempo, debía mucho más dinero del que le habían entregado
en préstamo, porque, por cualquier circunstancia, dejó de trabajar
y sus ahorros eran pocos, sin tener con qué liquidar la deuda.
Estaba literalmente preocupada, pensando qué le iba a decir a su
familia. Aumentaba su angustia, el banco, en derecho, iba a proceder
a un lanzamiento judicial, es decir, la entrega de la posesión de un
bien e inmueble. Ella, al valorar la gravedad del estado en que
estaba, se preguntaba:
-¿Qué
le diré a mí familia?
-¿Qué
le diré...? – Se repetía una y una vez más -.
-He
faltado contra el Amor y contra mi familia. Ya no soy digna de
llamarme esposa, madre y abuela; castíguenme si quieren - pensaba
para su interior -.
Su
bienestar psicológico estaba muy afectado por la inmensa
preocupación, que parecía inmensa normalidad por la increíble
vivencia. En la medida en que transcurrían los días, las cosas se
tornaban peor, y, ya sí se le notaba demacrada y no podía
disimular. No se alimentaba bien, dormía poco, vomitaba a escondidas
y ya su rostro sin la alegría de antes.
Cierto
día, todo el motivo anterior que le generaba zozobra, su
conciencia, tocó a las puertas de su mente, diciéndole que tuviera
un instante de reflexión, porque estaba a punto de una paranoia –
le aparecerían ideas fijas y obsesivas que terminarían en la locura
y en el suicidio – sufría sola con esa carga tan pesada.
Influenciada por todo esto, con determinación se retiró a su lugar
de oración que tenía en su casa. Aquí la observé, conociéndola
muy bien, me imaginé que puso sobre el tapete su proyecto de auto
confesión, pues se caracterizaba por su sabiduría. Desde ese
instante, quizás debió, razonar sobre las dos caras de la moneda,
el bien y el mal, de la que todos estamos hecho, porque sabía con
seguridad que inevitablemente a las personas buenas le pasaban cosas
malas. Era una generosa benefactora, como sabemos, ofreciendo cosas
buenas para aliviar de la pobreza a la humanidad. Para tal efecto,
entregaba su tiempo, su dinero a esta noble causa y especialmente,
todo su amor. Mientras, oraba quizás se preguntaría:
-¿Cómo
va a ser posible que todo esto me estuviera ocurriendo a mí?
-
No lo descarto, a pesar de todo, porque a las personas buenas también
les ocurre cosas malas. – No lo negaba –, lo asumía despierta
frente a esta realidad.
-Estoy
muy preocupada que no como, que no duermo y me estoy volviendo loca -
estoy muy enferma - .
Sin
embargo, en su monólogo durante la reflexión, repetía que no lo
podía creer que le estuviera pasando algo así, que estuviera
pagando en el infierno. Que posiblemente no se percató a tiempo del
momento en que cometió su error que le cobraba su naturaleza, por su
amor por el prójimo. Presentía que la estaban probando, para ver
como reaccionaba, apartándola de su posición de vida cómoda y del
desespero no fuera a cometer un error mayor, como el de quitarse la
vida. De pronto, como una verdadera mártir en la soledad, con sus
oraciones tuvo un momento de lucidez y dijo:
-Tengo
que tomar, de una vez por toda, una decisión aunque me muera de la
vergüenza, pero no debo seguir sola con esta pesada carga.
-Debo
contarle todo lo que me está pasando a mi familia. Les diré que he
pecado contra Dios y contra ellos.
Mientras
tanto, buscaba todos los días la mejor oportunidad para narrarle a
su familia lo malo que le sucedía y, al menos, descansar del
profundo dolor que la invadía.
Y
dijo para su interior:
-Confío
plenamente en mi querida familia y esta me puede ayudar. Antes de
buscar ayuda en otro lugar. Tengo fe en ella.
Un
día conmovida, fue, se acercó y abrazó a su esposo y a sus hijos,
que estaban dispuestos a la mesa para la cena familiar de los
domingos. Su familia la recibió con mucho amor – como de costumbre
– entonces, ella triste y sollozando que impresionó a todos, le
preguntaban con insistencia, ¿qué le pasaba?, ¿por qué estaba tan
devastada, que nunca la habían visto de ese modo? Ella con pena les
dijo:
-Tengo
algo importante que contarles; pero mi vergüenza me lo impide, he
faltado a la seguridad de mí familia. Al verla todos melancólica y
con un nudo en la garganta, desesperados le pidieron que les contara
pronto lo que le sucedía. Que se tranquilizara, que para eso estaba
la familia para solidarizarse con cualquiera de sus integrantes que
tuviese algún problema en la vida.
Entonces,
con lágrimas que corrían por sus mejillas, que entristecían a
todos los presentes, empezó a contar su calvario y dijo:
-He
faltado por amor a los pobres, a Dios y a mi familia. Ya no soy digna
de llamarme esposa, ni madre. Me he endeudado no se cómo, que
nuestros bienes están en peligro que los embarguen y nos quedemos en
la calle. ¡Tengo miedo! Decía ella muy triste, pero tengo fe de que
todo este sufrimiento va a tener buen término porque el Señor está
conmigo y con ustedes.
Su
esposo, de buen corazón y comprensivo, como nos enteramos, al verla
sollozar y sin más explicaciones le dijo:
-No
te preocupes, amor, que de alguna manera enmendaremos entre todos
este acontecimiento del que no estamos libres en la vida de
cometerlo. Estamos hechos para en esta vida para equivocarnos, y no
debemos extrañarnos, sino corregirnos. Esto es un error de toda la
familia. Tu fe te ha salvado, evitando que cometieras algo más
espantoso y tuviéramos todo un sufrimiento para el resto de nuestra
existencia. Por esto damos gracias a Dios. Tú has sido nuestra
fuerza para creer en la importancia del hogar.
Continuó
y le dijo:
-
Ven, acércate, que te secaré con mi pañuelo tus lágrimas de oro,
son bendiciones para nosotros. Pues en el sagrado matrimonio suceden
tantas cosas y ahora nos tocó a nosotros y no podemos olvidar que tú
nos has dado tanto amor.
Entonces,
el esposo llamó a los nietos y reunida toda la familia, de manera
breve socializó la situación.
Ya
todos enterados, se unieron a su sufrimiento – ya era un solo dolor
ponderado -, que devolvió su alma a su cuerpo. Todos la abrazaron.
Después de cierto tiempo se terminó de cubrir toda la deuda. La
esposa que estuvo sufriendo, por el problema económico, volvió al
sosiego, a la tranquilidad, con su vida normal, y continuó con más
devoción a servir, aprendiendo de su familia una inmensa enseñanza
de solidaridad y una inmensa enseñanza de amor.
FIN
Rafael
Edmundo Arévalo Escandón. (Simon Mayr).
2016. 11. 02. Medellín.
Antioquia. Colombia